miércoles, 26 de noviembre de 2014

#TrueStory: No me disculpo por llevar medias de Totoro

Recientemente fui al Salón del Manga... vestida de Princesa Mononoke pero eso es una historia para otro día... y, en el Salón, me compré cuatro cositas. Entre ellas unas medias de Totoro.

Estas medias de Totoro. 

Ya las había visto por Internet pero me había resistido a comprarlas por una sola razón:

Al llevar este tipo de medias se multiplican por diez los comentarios vulgares cuando vas por la calle. 

Y, sí, estoy usando el eufemismo del siglo al decir "comentarios vulgares".

Pero ahí estaban las medias, a buen precio y a mi alcance y me dije: me gustan, las quiero, me apetece llevarlas.
Al día siguiente me las puse para ir a comer a casa de mi madre. Y en el trayecto de cuatro minutos entre mi casa y la estación de metro me hicieron 3 comentarios, uno de ellos, especialmente vomitivo. Pero fue el primer señor el que me provocó una rabia inmensa. Esa alimaña, me soltó: "¡Uy!, lo que llevas puesto, guapa".

¿Lo que llevo puesto? 

¿Lo que llevo puesto? 


ARE YOU FUCKING KIDDING ME? 

Discúlpeme, señor, pero podría ir en tanga y taconazos y aun así usted no tendría derecho a decirme nada ni a mirarme cómo lo hace.
No llevo medias de Totoro para provocarlo a usted. Y ya que estamos en ello, si le pone una mascota gigante de una película de animación, tal vez necesite ir a buscar ayuda especializada.


Llevo medias de Totoro porque son monas con ganas y me gusta llevar cosas monas. Para mí. Me gusta ponerme cintas en el pelo, collares de relojes y llevar zapatos de estampado escocés. Para mí. Y sí, de vez en cuando me gusta ponerme un vestido escotado porque me queda muy bien y me hace sentir guapa. Para mí. 
No pienso disculparme.
No estoy haciendo nada malo.
No estoy pidiendo piropos guarros, y, desde luego, NO ME LO ESTOY BUSCANDO. 

El mundo avanza pero los machos cabríos necesitan darse cuenta de que tienen actitudes que pasaron de moda en el Neolítico.

Volviendo a ese fatídico día, al salir del metro, otro hombre me hizo un comentario. Me dijo ese ya muy sobado: "Lo yo que te haría, guarrilla".
Normalmente sigo andando recto, con la mirada alta y paso firme, como si solo oyera el viento. Pero ese día eso no me bastó. Así que me paré y me puse delante de él.
"¿Qué me harías?" le dije.
El tipo se quedó de piedra. Le repetí la pregunta. Se la dije tres veces, hasta que bajó la vista al suelo. Entonces me permití devolverle el cumplido. "Eres patético".
Después me di la vuelta y fui a buscar mi transbordo. Intenté caminar firme pero el corazón se me salía por la boca y me temblaban las manos. Pero lo hice. Y quiero creer que ese idiota de Plaza España se lo pensará dos veces antes de volver a decir chorradas.
No pretendo cambiar el mundo, no pretendo dar lecciones, generalizar o hacerme la mártir, pero me niego a dejar que energúmenos me impidan vestirme cómo quiero. Me niego a que me hagan bajar la vista, sentir vergüenza o miedo.

Me gustan mis medias de Totoro y me las pongo. Y punto. #TrueStory





¡Buff! Ahora me siento mejor.


lunes, 17 de noviembre de 2014

#TrueStory: A house is not a home

¡Dichosos los ojos! He actualizado el blog. 

En estos… (espera que lo miro)… casi cinco meses de ausencia han pasado varias cosas. Entre ellas, me he mudado.
Me he mudado a un piso sola.

Me fui de casa a finales de 2011 pero siempre he compartido piso así que mi responsabilidad acababa con mi transferencia del alquiler.
Pero ya no estamos en 2011, estamos en 2014, lo que significa que soy tres años mayor y que… ya era hora.

Francamente cuando tomé la decisión y me puse con el tema estaba muy emocionada. Fue todo muy rápido, empecé a ver pisos un lunes y firmé ese mismo viernes.
Entonces la excitación se me metió en la boca del estómago y se volvió inquietud. Porque hay documentos con mi firma que me responsabilizan de varias cosas, entre ellas facturas. Al salir de la inmobiliaria empecé a hiperventilar y decidí que lo mejor era ir al piso, abrirlo con las llaves que ahora eran mías y contemplar mi nuevo reino. Estaba segura que eso me haría sentir mejor. Pero fue al revés.  

Al llegar al piso vacío, no vi más que fallos, cosas que estaban medio rotas y que en mi afán por encontrar piso rápido había pasado por alto. Esa inquietud se transportó a cada órgano de mi cuerpo en forma de ataque de pánico.
Cerré el piso con las nuevas llaves y huí a la habitación que tenía a medio empacar repitiéndome: “La he cagado, la he cagado, la he cagado”.

Sin saber qué hacer, me metí en Google y tecleé: “I think I bought the wrong house”. Me aparecieron medio millón de resultados entre páginas, foros y blogs.
Fui leyendo historias de otra gente. Eso me hizo sentir algo mejor, bueno, me hizo sentir menos sola. Sobre todo entendía el sentimiento contradictorio de estar agobiado cuando se supone que debes estar extasiado.
A parte de las historias, también leí los comentarios y allí, sorprendentemente, encontré la respuesta.
Una mujer contó que había presionado mucho a su marido para comprar una casa y que, una vez comprada, descubrió que la odiaba, pero no podía hacer nada al respecto, su marido no quería volver mudarse. Ella, al igual que yo, se dedicó a buscar casos similares y entre testimonio y testimonio, se topó con una frase:

BLOOM WHERE YOU’RE PLANTED

(Florece allí donde estés plantado)

La mujer explicó que esa frase le dio ánimos para intentar amar la casa a pesar de todo y que para recordarse que debía intentarlo cada día, se la bordó y la colgó en la cocina.
Extrañamente, esa frase tuvo en mí un efecto calmante. Pude volver a respirar, pude cerrar los ojos y al abrirlos ver con claridad.
Sí, el piso no es ideal. Tiene una cocina y un baño viejos, algunas grietas y unas puertas menorquinas bastante deterioradas.
Pero también tiene todas las paredes perfectamente pintadas, un estudio con luz natural, una terracita con vistas a la Sagrada Familia y unos vecinos inmejorables.

Esa tarde volví al piso para trasladar unas pocas cosas. Y observé el piso con ojo crítico, apuntando lo bueno y lo malo. Y quedándome, sobre todo, con un rincón de pared blanca. Un rincón que ahora tiene este aspecto: 



Porque como dice la canción de Dionne Warwick de 1964:

A chair is still a chair, even when there’s no one sitting there.
But a chair is a not a house, and a house is not a home.

Una silla sigue siendo una silla, incluso cuando nadie se sienta en ella.
Pero una silla no es una casa, y una casa no es un hogar.

Y esto tan poético es sólo una excusa para explicar que me he tirado a las manualidades hogareñas como el Monstruo de las Galletas se tira a las... galletas. 



En serio, creo que tengo un problema… grave. #TrueStory

viernes, 27 de junio de 2014

Crónicas autónomas II: El peliagudo asunto de la vieja y la orina


Como miserable autónoma que soy, no tengo oficina.
Pero puedes trabajar desde casa, dirán algunos…


Mmmm… no. Pero eso es una historia para otro día.

La historia de hoy nos concierne a mí y a una señora mayor (que pasa de los setenta) con la que comparto el título de cliente habitual de una cafetería de mi barrio.

Veréis, yo siempre me siento en la misma mesa porque es la que tiene enchufe y además está alejada de la tele (particularmente útil los días de fútbol). Y esta señora tiene por costumbre sentarse en la mesa de al lado, con lo que quedamos en perfecta diagonal. Así que nuestras miradas se suelen cruzar.


Yo, las primeras veces que esto ocurría, le regalaba la típica sonrisita educada.


A lo que, extrañamente, ella siempre respondía así.


Yo intenté quitarle hierro al asunto. Pensé que la mujer tal vez estaba teniendo un mal día (o semana… o semanas). 
Pero, claro, teniéndola siempre al lado era difícil de ignorar. Así que cada vez que notaba que ella me miraba, yo:



Pero nada, la mujer seguía mirándome mal y me consta (porque lo he visto con mis propios ojos) que con las camareras es así:


Así que empecé a pensar… ¿qué puede ser?


¿Tal vez que trabajo con los auriculares puestos para no escuchar la radio?


¿Tal vez que siempre voy con el pelo hecho un asco y ella va repuesta?


¿Tal vez por qué tomo mucho café?


¿Tal vez por qué me lo tomo con leche de soja?


Pues no. 
No es ninguna de esas.
Por lo visto es mi ordenador. 
No le gusta mi portátil. 
Llegué a esta deducción porque un día que fui a leer manuscritos impresos y casi, casi… me sonríe.


Casi.
Pero, ¿por qué odia mi ordenador?
¿Por qué?


Y entonces sucedió…
Sucedió lo que sucede cuando uno se toma varias tazas de café... uno necesita ir al baño.
Y, claro, es una cafetería mona pero eso no significa que se pueda dejar el ordenador encima de la mesa. Así que, hice lo que hago siempre, escondí el cable debajo dela mesa y me llevé el ordenador al baño.

NOTA ACLARATORIA: Tengo el talento de ser flash para asuntos toileterescos.


Al minuto, literalmente (bueno, vale, … minuto y medio), volví a la mesa y me encontré con esto:


Seguido de esto: 


Y para rematar, mientras hurgaba dentro de su bolso dijo esta palabra:

                PORNO

Y yo:


Y se me escapó un: ¿qué?


A la que ella me miró con una altivez digna de la verdadera Maggie Smith, pero no me dijo ni una palabra (ni falta que hacía). 


Y yo me sentí así:


Y casi me disculpo, pero entonces caí en que no tenía nada por lo que disculparme.
Con lo que casi me explico, pero pensé que dijera lo que dijera la mujer no me iba a creer porque...


Con lo cual… voy a trabajar cada día a una cafetería donde piensan con soy una pervertida.
Pero…


En serio… no me importa…. ¡en serio!


Resultado actual de las Guerras Cafeterianas:


 Has ganado la batalla, pero no ganarás la guerra. 


(O tal vez sí…)


Continuará... 

domingo, 22 de junio de 2014

La inesperada pero conmovedora historia del lince enjaulado y el gato abandonado

Hace bastante tiempo que me cuesta leer el periódico. Se ha convertido en una de esas cosas que tengo que hacer, como limpiar el baño o planchar camisas, pero que no me importaría poder ahorrarme. Y no es que tenga ganas de huir de la realidad, lo que tengo ganas es de huir de la manera en la que la presentan. Sólo te cuentan lo deprimente, triste, irritante, frustrante y desolador. Cómo si nos hiciera falta...

Pero, por mucho que me pese, es importante saber qué diantres pasa en el mundo y cómo diantres lo ven los demás. Por eso me he buscado un contraataque, un Mary Poppins ("Con un poco de azúcar, la píldora que os dan pasará mejor"). Así que después de leer el periódico, me paso por otro tipo de webs en busca de otro tipo de historias que son felices, alegres, conmovedoras y esperanzadoras.

Como esta:



La inesperada y conmovedora historia del lince enjaulado y el gato abandonado



Érase una vez, el zoo más antiguo de toda Rusia, el Zoo de Leningrado en San Petersburgo. En él había toda clase de animales, entre ellos un solitario lince que tenia una gran jaula para él solo. Un día se coló en el zoo un gato callejero que no tenía hogar. El gato se paseó por el zoo de arriba abajo, hasta que se encontró con una pared de cristal que lo separaba de un precioso lince. El gato entonces, hizo lo que los gatos hacen mejor: escaló, merodeó, se metió por pasillos y conductos hasta que consiguió entrar en la jaula.
Se acercó al lince y, como si fuera un viejo amigo, le dio un lametón. Y para sorpresa de todos los que por allí pasaban, el lince se lo devolvió.
Desde ese momento se negaron a separarse, y el zoo no tuvo más remedio que adoptar al gato callejero.
A día de hoy siguen siendo inseparables.






 De nada.    

miércoles, 18 de junio de 2014

Anti-San Jordi (Letras & Letras)

Etto.... este es un relato que me saqué de la manga en el último momento para un concurso y como fue en el último momento llegué tarde a la entrega (¡Viva yo!). En fin... pues... que si lo queréis leer... pues... eso... 


Anti-San Jordi 

Hoy no me quiero levantar. 
No me quiero levantar porque me acabo de dar cuenta de algo importante: Las relaciones a distancia son un verdadero asco.
Especialmente cuando tu novia está de Erasmus en Estocolmo rodeada de rubios que miden un metro ochenta y cinco y se parecen a Thor; y tú eres una versión escuálida de Harry Potter que no llega al metro setenta si no es con mocasines y estás en toda tu diminuta gloria atrapado en Barcelona haciendo de becario, sin cobrar.

Sí, hay Skype, hay Whatsapp, hay email.  Lo sé. Pero también hay fotos de Facebook que muestran fiestas descontroladas en bares hechos de hielo y montones de Likes de chicos llamados Lars.
Sí, sé que cada vez que hablamos se despide con un ‘te quiero’, pero a veces es difícil no desesperar.
Sobre todo un día como hoy.
23 de abril: San Jordi. 
La verdadera festividad de los enamorados.
Nada de ese rollo comercial de San Valentín patrocinado por las ofertas del Corte Inglés y los Nestlé caja roja. 
Eso no es amor.
Amor es patearte toda la Rambla Catalunya, aguantando el calor y el gentío viendo puesto tras puesto hasta encontrar la rosa más bonita, más roja y más fresca de toda Barcelona. Amor es hacer cuatro horas de cola para que Ruiz Zafón te haga un garabato porque sabes que al padre de tu novia le hará mucha ilusión y, por asociación, tu novia va a saber que eres un tipo sensible y amable que tiene detalles bonitos.
Pero hoy, nada de nada.

Debería estar contento. No me pisarán señoras que van como locas a ver a la Belén Esteban (me reservo mi opinión sobre que esta mujer sea una superventas), no tendré que armarme de valor para aguantar la tentación de comprarles rosas mustias a los grupos de niños de segundo de la ESO que quieren pagarse el viaje de fin de curso, ni tendré que exponer a mi sistema olfativo a ese hedor que es el sudor colectivo. Además, con el dinero que no me gaste en la rosa podré irme al cine con los colegas a ver la nueva de Schwarzenegger con palomitas y refresco incluidos y sin sentirme culpable.
Juan, Miguel y Borja, tres de mis buenos amigos, también conocidos en nuestro grupo como Los Tres Solteros, estarán encantados. De hecho, llevan desde ayer dando brasa por Whatsapp:



He perdido la cuenta de los chistes que han colgado sobre qué pesadas son las mujeres y el coñazo que pueden. Y he ignorado siete veces la pregunta: Mañana plan de tíos Anti-San Jordi, ¿no?
Pobrecitos, debería apiadarme de ellos y sacarlos a pasear. Plan de tíos: Vamos a la tienda de videojuegos, tomamos unas birras y luego la peli. Debería hacerlo porque mis amigos me dan un poco de pena. Pero, por desgracia, no me dan tanta pena como me doy yo a mí mismo.

Llevo tres meses y veintiséis días sin ver a mi novia. Lo cual significa que también llevo tres meses y veintiséis días a pan y agua. Pero no es sólo eso. También llevo tres meses y veintiséis días sin estar tumbado en el sofá con mis pies sobre su regazo mientras ella lee artículos de astrofísica en voz alta (porque así le entran más). Yo soy de letras así que todo lo que dice me suena a suajili pero la pasión con la que lee es encantadora.  Es capaz de hacer que una receta de puré de patatas suene apasionante. Tres meses y veintiséis días sin recibir una llamada ansiosa de: ¿Has visto mi clip con forma de luna/corazón/estrella/flor/mariposa/fresa?
Tengo una cajita de latón en mi mesilla de noche con todos los que he ido encontrando. Dos corazones, una margarita, una especie de espiral naranja, un paraguas azul y un lazo a rayas blancas y verdes. Nos que abra la caja cada noche antes de ir a dormir... 
Mi madre la abrió un día pensando que allí guardaba los condones, la muy fisgona. Cuando descubrió lo que era en realidad salió de mi cuarto para contárselo a mis tías y a la abuela. Desde entonces las comidas familiares son un auténtico suplicio lleno de pellizcos en las mejillas, caricias en el pelo y ohhhhhs exagerados.
Pero lo peor es lo mucho que la echo de menos. Especialmente hoy.

Porque es nuestro día.
Hoy hace dos años, ella me regaló El Resplandor de Stephen King del que yo no dejaba de hablar después de haber visto la película y al recibirlo salí corriendo a comprarle la primera rosa que encontré. Estaba bastante abierta, la espiga se caía a trozos y me costó dos euros en el puesto de unas chicas que ya estaban cerrando.  A ella no le importó. Me lo agradeció con nuestro primer beso.
Dios. La echo de menos.

Decido levantarme y abrir el portátil. Son las siete y media tanto aquí como en Suecia. Con un poco de suerte estará en Skype. Ah, no que hoy tenía no sé qué laboratorio de prácticas a las ocho.
Me vuelvo a la cama con el portátil. Tal vez sea hora de resignarme y unirme al Anti-San Jordi. Miraré los horarios del cine.
Pero primero abro el correo, tengo que escribirle algo bonito, aunque sólo sea: te echo tanto de menos que hoy no me quiero levantar.

Tengo un email suyo.Titulado: 

No hay dos sin tres (y luego cuatro y cinco y seis)

El mail está vacío. No hay ni una palabra de texto. Ni siquiera una firma.
Pero sí un archivo adjunto: Doctor Sueño.epub 

Mi novia me ha regalado un libro por San Jordi… estando en Suecia.

Ahora sí que me quiero levantar. Dejo el portátil sobre la mesa, cojo el móvil y le mando un mensaje a mi jefe diciendo que tengo fiebre. Y otro a mis colegas diciéndoles que se meten el Anit-San Jordi por donde no brilla el sol. 
Me preparo una buena taza de café y me coloco de nuevo frente al ordenador. Abro el Google.



Le voy a llenar la bandeja de entrada de rosas virtuales. De todos los colores y tamaños. Pintadas y fotografiadas. Y incluso alguna de esas animadas con estrellitas que parpadean. No voy a parar de mandarle rosas hasta que me llegue ese mail que dice que la bandeja de entrada está al máximo de capacidad.  
Y si algún Lars quiere mandarle un mail para preguntarle algo de clase, que se joda, yo la vi primero. 



sábado, 14 de junio de 2014

Crónicas Autónomas I: Visita a la Agencia Tributaria

¡Soy autónoma! (En mi mente está sonando el "Soy minero"). 
Sí, soy autónoma novata y por lo tanto en los últimos meses he tenido que adentrarme en agujeros muy, muy oscuros y he tenido que utilizar toda la paciencia que no tengo... Para no acabar haciendo esto (aunque fantaseo con ello a menudo). 


Cuento todo esto porque el mundo de la burocracia es tan bizarro que creo que merece ser compartido... 

Así que me he sacado de la manga las CRÓNICAS AUTÓNOMAS, para tener un válvula de escape y no acabar saliendo en las noticias. 


Y sin más dilación... 


Crónicas Autónomas I: Visita a la Agencia Tributaria

Un buen día estaba yo trabajando...


Cuando uno de mis clientes me dijo: "Para facturar esto necesitas el Certificado X y el Certificado Y". 
Y entonces yo...


Me armé de valor y me tiré a la piscina que es la web de la Agencia Tributaria. 


Busqué y rebusqué hasta que encontré la sección de Certificados. 
Y exclamé: 


Pero, obviamente, había cantado victoria demasiado rápido porque...

ABSURDIDAD DEL DÍA: Se pueden sacar certificados online desde la web de la Agencia Tributaria pero para sacarlos necesitas...wait for it... OTRO CERTIFICADO. 


Así que me resigné a lo inevitable, tenía que ir a la Agencia Tributaria. 


Me presenté a las 8.10 (abren a las 9) y ya tenía esto delante. 

Esta imagen es real. 

Hice la cola con el resto del rebaño y cuando abrieron hice otra cola para preguntar exactamente a dónde tenía que ir y si necesitaba algo. Me dieron un número y me dijeron que no. 
Y yo: 

Porque, claro, tú pobre plebeya sin certificados debes estar agradecida de que te hayan honrado con su atención. 

Me senté en la sala de espera a mirar con intensidad la pantalla de los números y ver el tiempo pasar. 


Hasta que anunciaron mi número, entonces me levanté corriendo y fui al mostrador. 

Yo: "¡Hola! Necesito el Certificado X y el Certificado Y". 
Ella: "Primero...¿Tienes el Documento A?"
Se lo doy.

Ella: "¿Tienes el Documento B?"
Asiento. 
Ella: "Y... ¿Tienes el Formulario C?"


Yo: "No."
Ella: "¡Oh! Tendrían que haberte dicho cuando estabas abajo que lo necesitabas... En fin, ve a la planta baja, buscas a mi compañera que vende los formularios, compras dos copias del C, las rellenas y después vuelves aquí". 

En mi mente: 


En la realidad: 


Pero respiré hondo e hice lo que me decían: otra cola, compré los formularios, los rellené y volví arriba a esperar. 


Me volvieron a llamar, me volvieron a pedir loa documentos A, B y C. La mujer se lo miró por encima, me puso un par de sellos y me dijo que SI TODO IBA BIEN recibiría los Certificados en casa en 15 días. 

Pensé que ya estaba allí, mejor aprovechar. 
Yo: "Disculpe, ¿y para conseguir el Certificado para Certificados online?"
Ella: "Uy, para eso necesitas..."


Y yo... en uno de mis raros momentos de sensatez decidí abrazar la más noble y antigua de las tradiciones piratas: huir.


Próximamente, más.